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Foto del escritorAndrea Arbués

El duelo de la vergüenza

Actualizado: 15 ene 2019


El duelo por la pérdida de una mascota puede ser tan doloroso como el de una persona. / SARA SARRABLO

La pérdida de las mascotas puede afectar tanto como la de una persona, llegando incluso a provocar depresión. Sin embargo, la aceptación social es diferente en ambos casos.

 

El actor James Stewart acudió en 1981 al programa de televisión The Tonight Show Starring Johnny Carson, donde recitó un poema que había escrito en honor a un ser querido recientemente fallecido:


Él se despertaba por la noche

Y tenía sus miedos

A la oscuridad, a la vida, a muchas cosas

Y él estaba feliz al saber que yo estaba cerca

Y ahora está muerto

(…)

Y hay noches en las que creo que siento su mirada

Y extiendo mi mano para acariciar su pelo

Pero él no está ahí

Ay, cómo me gustaría que no fuera así

Stewart no se refería a una persona, sino a su perro, un golden retriever llamado Beau. Tras abandonar un rodaje para pasar con él sus últimos momentos, pasó diez minutos llorando en su coche. El dolor que le acompañó los días posteriores le impulsó a escribir el poema Nunca olvidaré a un perro llamado Beau. Los primeros versos describen las actividades más banales de la mascota con cierto humor, lo que provocó las risas entre la audiencia. Sin embargo, conforme avanzaba, empezaron a brotar las lágrimas en el actor, el presentador y el público.


El duelo que pasó Stewart por la pérdida de su mascota no es algo excepcional, sino una situación que viven muchas de las personas que pierden a su animal de compañía. Sandra Sánchez, directora y psicóloga del centro de trabajo social y psicología Espacio Ítaca en Zaragoza, se especializó en el duelo por mascotas tras recibir en su consulta a mucha gente que necesitaba ayuda para superarlo. Para ella, ambos duelos necesitan la misma atención, ya que se viven las mismas fases: “Ambos duelos empiezan con el estado inicial de shock, cuando no tienes capacidades para afrontar lo que pasa. Después llega la negación, en la que piensas que todo ha sido un sueño. Más tarde llega una fase emocional, en la que pueden aparecer varias emociones, y por último llega una fase de aceptación, aunque realmente no lo aceptas, sino que lo integras en tu vida. Estas fases no son lineales, sino cíclicas, puedes ir pasando de una a otra como una montaña rusa”.


El duelo por la muerte de una mascota presenta las mismas fases que el duelo por una persona: shock, negación, emociones encontradas y aceptación.

Ada Menéndez -que vive en Zaragoza desde 2011- conoce muy bien este proceso. Acudió a Espacio Ítaca tras perder a su gato Rodolfo hace dos años: “Yo sentía que pasaba por las mismas fases que en un duelo por una persona. Mi caso fue como muy intenso, lo peor duró unos cuatro meses. De hecho cogí una pequeña depresión, lloraba todos los días, porque para mí era muy duro llegar a casa y que no estuviera él, ya que teníamos una rutina en común. Entonces que esa rutina se rompiera, era un recordatorio de que él ya no estaba, y por eso yo no quería ir a casa, me quedaba en la oficina o buscaba otro plan”.


La muerte de Rodolfo hizo caer a su dueña en una depresión. /ADA MENÉNDEZ

En Espacio Ítaca son conscientes de esta situación, por lo que ofrecen consultas de psicología especializadas en la pérdida de mascotas. Las sesiones, individuales o en familia, se pueden realizar de forma presencial en su centro o también a través de internet por 50€ cada sesión.


Pero hay una gran diferencia entre estos dos duelos: la aceptación social. Así lo demuestra el estudio ¿Qué sabes de perros? realizado por Espacio Ítaca en 2017, cuyos participantes puntuaron con un 8'6 sobre 10 el dolor que pasaron por la pérdida de su mascota, mientras que dieron un 0’5 sobre 10 a la comprensión de esta pérdida por parte de la sociedad. “Se parte de la base de que la muerte en general sigue siendo un tabú en la sociedad, no queremos hablar de ella. Pero en el caso de los animales es más complicado porque la sociedad te dice incluso que lo puedes sustituir. Yo como profesional he visto que es un tabú, no hay mucha bibliografía del tema, y los grupos de terapia que intentamos lanzar no salieron adelante porque la gente se resiste a hablarlo. Es algo que normalmente solo entiende la gente que también tiene animales, el resto no concibe que la relación con un animal puede ser tan estrecha como con cualquier animal humano, que al final es lo que somos”, explica Sánchez.


Resultados del proyecto ¿Qué sabes de perros? 2017. / ESPACIO ÍTACA

Sin embargo, ya en 1988 Sandra Barker, directora del Center for Human-Animal Interaction de la Escuela de Medicina de Virginia, realizó un estudio en el que se demostró que algunas personas percibían la relación con su mascota de manera más cercana que el vínculo con sus parientes. Los sujetos tenían que representar a su familia mediante símbolos, y muchos situaron a su perro más próximos a ellos. Y ese era el caso de Ada, cuyo dolo se intensificó al tener que recurrir a la eutanasia para poner fin al sufrimiento que vivía Rodolfo tras un año y medio con insuficiencia renal, un momento que califica como “lo peor de su vida”.


Ada mostró abiertamente el dolor que estaba sufriendo, y fue entonces cuando se encontró con el rechazo de la sociedad: “A mí no me daba vergüenza sentirme así, yo se lo contaba a todo el mundo. Y fue entonces cuando me di cuenta de que la gente no entiende que estés mal por un animal, y mucho menos que necesites ayuda psicológica. Solo pasé vergüenza cuando se lo contaba a alguien, por cómo me hacían sentir, por cómo me miraban, como si estuviera loca”.


Otro aspecto en el que se observa esta desigualdad es en el ámbito laboral. Ante la pérdida de un familiar, la ley permite al afectado disponer de dos días de permiso o cuatro si se necesita desplazamiento. En cambio, ante la pérdida de una mascota, son pocas las empresas que conceden algún día libre. Ada recuerda la situación en su trabajo como una de las peores partes del proceso: “El trabajo fue una tortura. Esperan de ti que llores el primer día, pero que el día siguiente ya estés como nueva. Cuando un par de días después le dije a mi jefa que estaba muy mal, ella con toda la frialdad me dijo bueno pues ahora a trabajar, cuando yo lloraba incluso delante de los clientes. Y ahora me arrepiento de no haberme cogido unos días de baja para estar llorando en casa, pasando el duelo como hubiera pasado el de una persona. Por eso yo llegaba a la consulta súper mal, porque me ponía una careta para salir a la calle y disimular, y con Sandra en terapia soltaba todo lo que no podía hablar fuera de allí, solo me desahogaba”.


"Empecé a pasar vergüenza cuando veía que al contarlo me miraban como si estuviera loca. No entendían que necesitara ayuda psicológica por un animal. Ir a trabajar era una tortura."

Sin embargo, actualmente en países como EEUU hay una tendencia ascendente en las empresas a implantar estos días de permiso laboral ante la pérdida de un animal. Esto se debe a que los animales han pasado a considerarse, aunque de forma lenta y minoritaria, parte de la familia. “Venimos de una época en la que los animales se usaban para el trabajo, pastoreo, caza, etc. Ese tránsito a que ahora formen parte de la familia es difícil de comprender para algunas personas. Pero ahora forman parte de nuestro día a día, viven en nuestra casa y hacemos cosas con ellos que antes no se hacían. Es una relación mucho más cercana”, explica Sandra Sánchez.


La psicóloga Sandra Sánchez y Rumba, una perra de terapia en Espacio Ítaca. / ESPACIO ÍTACA

Sentir este rechazo por parte de la sociedad dificulta todavía más el doloroso proceso tras una muerte: “El duelo es un proceso, no un progreso. Al final el duelo es como un túnel negro que tienes que atravesar tú solo. Pero si alrededor del túnel hay gente que no te apoya y te dice frases como no es para tanto o solo es un animal, ya tendrás otro, lo único que hacen es dificultar tu paso. El mejor recurso para poder acompañar a alguien en el duelo muchas veces es el silencio, pero que la persona sepa que estás ahí, incluso decirle no sé qué hacer, pero estoy aquí para lo que necesites”, recomienda Sánchez.


Uno de los errores que se cometen para intentar superar la pérdida de un animal de compañía es buscar a otro que lo sustituya. Sandra tiene claro que lo peor que se puede hacer es “coger un animal físicamente igual al que tenías e incluso llamarlo igual. Siempre que seas consciente de que el nuevo animal no sustituirá al que tenías, adoptar es una buena opción. Pero vas a tener que seguir pasando por el duelo”. Ada estuvo a punto de caer en ese error, pero se dio cuenta de que eso no sería beneficioso. “Cuando falleció Rodolfo estuve a punto a los pocos días de adoptar a un gato que era igual que él físicamente. Pero Sandra me lo desaconsejó, y yo también me di cuenta. Luego a los ocho meses ya adopté a Batman y resulta que como es muy cariñoso, me recuerda mucho a Rodolfo”, recuerda Ada.


Algo que sí puede ayudar a atravesar ese duelo es darle un final digno al cuerpo del animal. El reglamento europeo prohíbe enterrar animales, incluso en un terreno propio, para evitar la transmisión de enfermedades a aguas o ríos subterráneos. Por lo que tras la muerte del animal, hay que incinerar su cuerpo. Hasta hace unos años en Aragón solo existía el servicio gratuito del Ayuntamiento que recoge a los animales a domicilio y los incinera en grupos. “Estos servicios podían provocar situaciones traumáticas, porque a veces llegaba el personal de recogida, metían al animal en una bolsa de basura y lo tiraban a su contenedor. Lo que es una situación traumática por el poco respeto que estás viendo hacia el cuerpo del ser que tanto quieres, algo que no se nos imaginaría que ocurriese con un cuerpo humano”, explica Sánchez.


Para cubrir ese vacío en el mercado, en 2014 abrieron en Zaragoza dos incineradoras de mascotas: La Morada de Noé (San Mateo de Gállego) y Humas (Cuarte de Huerva). Esta última surgió tras la experiencia que vivió su dueño, Arturo Peiro, al perder a su perra. Desde entonces, afirman que “intentan dar un servicio bien hecho, pero a la vez con sensibilidad y respeto”. Tras recibir el aviso, ellos se encargan de recoger el cuerpo del animal, ya sea a través de una clínica veterinaria o de particulares, de incinerarlo y devolver sus cenizas de forma personal en menos de una semana. Acuden a cualquier punto de la ciudad de Zaragoza y poblaciones cercanas, y también a algún centro veterinario de Huesca y Teruel, siempre que el animal no supere los 50 Kg. Los precios de la incineración individual rondan los 200 euros, mientras que en la incineración grupal, las tarifas están entre los 50 y los 60 euros.


Ada Menéndez se preocupaba por qué pasaría con el cuerpo de Rodolfo cuando este muriera, por lo que empezó a buscar las opciones disponibles, hasta que se decantó por los servicios de Humas: “Yo a partir de que supiéramos de su enfermedad me empecé a informar de las posibilidades, porque yo quería hacerle una ceremonia seria y profesional. Después me llevé la urna a mi casa de campo de Asturias, y volqué las cenizas en un hoyo en el que plantamos una flor. Además me llevé la urna a casa con la tierra de ese sitio y con un poco de esa tierra también me hice una pulsera, y así es como si lo llevara siempre conmigo”.


Las incineradoras de animales ofrecen múltiples opciones para recordar a las mascotas./ LA MORADA DE NOÉ

También en internet existen varios cementerios virtuales para despedirse de las mascotas, como el que aparece en la página web de Humas. Los clientes que contraten sus servicios de incineración pueden crear una tumba virtual de su mascota, con su foto y dedicatoria, en la que cualquier persona puede dejar velas y flores.


Y si después de todo esto sigue sin superar el duelo, Sandra Sánchez aconseja recordar que “todo llega, todo pasa y todo cambia, tanto para lo bueno, como para lo malo”, algo que Ada Menéndez llegó a asimilar tras un largo proceso: “Un día gracias a la consulta con Sandra me di cuenta de que Tali -la otra gata que vivía con ella y Rodolfo- estuvo unos días rara, pero había vuelto a hacer su vida normal. Y entonces me di cuenta de que si ella podía, yo también”.


Edición:

Ana Fontán y Ana Aznárez

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